Días por escribir de colores claros, del olor de la parte derecha de tu clavícula, del tacto de tu nariz y de tu capacidad para hacer que se me olvide que escribo. Lo que pasa es que la mayoría de veces escribo cuando estoy triste, y es que llevas una temporada pintando sonrisas en mi cara, ahuyentando la rutina, y sobretodo mirándome así. Ahora me encanta y no puedo dejar de sonreír. Y mira que han disparado por fuera varias veces (y las que queden), pero siempre estás ahí, aunque tú no lo sepas, volviéndome a construir cada sonrisa, cada parte de mí que pierdo a veces, pero que enseguida tú la vuelves a encontrar.
Incendios de miradas en los taxis, y es que parece que hay un incendio cuando tú estás a mi lado, perfecta catástrofe de las sabanas a nuestros pies, de besos por el cuello, de encerrarte en cualquier lado. Y comerte la vida. Que soy muy bicho, y que tú eres el mío. Te da por aprender rápido y empiezas la guerra, atacas y me miras, corazón esto va así.
Pero volvemos a la ca(l)ma, y nunca me ha gustado tanto, me robas un abrazo y me haces sentir como cuando era pequeño y me metía debajo del agua en la piscina. Me gustaba esa sensación. La de aislamiento del resto del mundo. La de no saber qué pasaba fuera. Me gustaba. Me sentía cerca de mí y lejos de todo lo demás. No se como lo has hecho, pero te has convertido en mi momento favorito del día, cuando me cuentas que tu día no ha estado mal, que has comido deprisa y que me has echado de menos.
Hace tiempo que no necesito nada más, y vamos a tener que vernos.
/Álvaro
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