viernes, 9 de mayo de 2014

Mi novela autobiográfica.

La luz de la ventana es adictiva y más en mañanas como esta: de estar tirado en la cama y esperar a que vengas. Poesía es correrme a ritmo de Joaquín Sabina, mirarte a los ojos y que el sol nos toque en mitad de la primavera. Esto me llena, me gusta. A ti dejé de quererte hace tiempo. Lo siento. Fue efímero, pero intenso y eso siempre gusta.

Existe un mundo de escalofríos calmados a besos al que es muy fácil acostumbrarse. Existe un rock and roll para cada noche, incluso uno diferente para cada despedida; pero los que más me gustan son los que definen orgasmos. Aquel orgasmo del 86, con un Chuck Berry excelente de fondo. Sigo escribiendo porque todavía queda oxígeno llenando mis pulmones. Cuando un corazón late con fuerza, no queda más remedio que vivir. Vivir a lo grande.

Dejarse llevar por un presente improvisado, aventurero y fugaz, como las estrellas que vemos cada verano tumbados en las espaldas y los hombros de los montes. De tanto pelear con la madrugada y la soledad de las sábanas blancas, acabo pensando en lo que me conviene. ¿Por qué esperar? Voy a coger el primer tren de la mañana, voy a ir a comerte las auroras boreales, los inviernos, las azoteas blancas, la ropa tendida, los viajes sin mapa, los imanes de la nevera, el gemido de cada orgasmo.



Voy a actuar. Voy a vivir. Voy a vivirte.


/Álvaro

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