Pandelirios.
Es viernes, nuestro viernes. Y bailamos. Después de un polvo más guarro que largo ya nadie coge la guitarra ni susurra al oído palabras gastadas de amor. A cuantos tienes que herir antes de admitir que la única voz que quieres escuchar está lejos de ti. Ni lo sé, ni me importa hoy. Cuando después de mezclar zumo con otros besos, me pregunto donde estarás esta noche, como en aquella canción. Aquí no. Después de sudar ya no se habla de las ciudades que quieres asaltar con seis cuerdas como único equipaje. Y eso soy, la conversación de después. En qué estas pensando ahora, metida en mi cama. Abrí los ojos después de un beso que no esperaba y recordarlo diciendo con un par de huevos, si tú saltas yo salto, y ninguno de los dos saltó. Pero es mejor así. Como dice Sabina, la adrenalina en camas separadas, es lo peor del amor cuando termina. Me vuelvo loco entre este millón de canciones que explotan en mi cabeza. Pero no, no estoy para reproches ni amor. Si alguien podía salvarme, hubieras sido tú. No importa, siempre me ha gustado este desorden, este vivir rápido para no pensar, que suene fuerte como en un disco de los Clash.
Y reconozco que a veces aún suena Dylan gritando en silencio por la noche y una armónica me rompe en dos. Y llevo varios días sin pensar en ti, no me quedaban ganas de pasarme por aquí. Por mucho que algo te duela, a veces, es conveniente dejarlo ir. Ahora esta todo bien, he tachado de mi lista varias cosas que quería hacer desde hace tiempo y echaba de menos esa sensación, la de sentirme bien. Y es viernes, y bailamos.
/Álvaro
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