domingo, 6 de octubre de 2013

Cómo conocí a vuestra madre.

Nunca se me dio bien eso de la rutina. Siempre la odié. Y aquel día que apareciste tu, salvando mi mundo, rompiendo todos esos esquemas que solito me había esforzado en construir. Tirando las medias y estadísticas por la ventana. Qué le jodan a lo típico, a los tópicos, a lo diario, parecían gritarme tus ojos.
Ésta es la vida con la que un día soñé. Ese día número 31 de un mes cualquiera, parecía pedirme a gritos el inicio de una nueva etapa. Y ahí estaba yo, como una página en blanco, como una nueva oportunidad para vivir. Para renacer. Ahora intento con todas mis fuerzas acostumbrarme, 'costumbre', ya ves tú, qué palabra.
Acostumbrarme a sonreír por intuir que estás sonriendo ahora. A tus miradas que no se dónde están. Acostumbrarme a la posibilidad, a la libertad que tienen mis ojos de vagar y investigar cada milímetro de tu piel mientras los tuyos están fijos en la carretera. Esos besos que sin necesidad de barra de labios, dejan huella. Bienvenida sea la maldita costumbre mientras a lo que mi corazón tenga que acostumbrarse, sea al compás de los latidos del tuyo.


Es que contigo no hay rutina, siempre haces que huela a nuevo, como los libros del colegio o tostadas recién hechas. Ese es el problema, que no me canso de ti. 

Y me gusta aunque no te lo diga.

/Álvaro

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