Madrid.

Tenia todo el mediterráneo en su ojos, media 1.62 y tenía una locura de mi talla. Se paseaba desnuda por la habitación, y bailaba descalza con la toalla. De su locura preciosa florecieron mis primeros brotes psicóticos. Era normal, pasar a efectos narcóticos fue tan solo cuestión de segundos. Me enamoré de sus demonios y de sus ganas de tocar el cielo. Del olor de su pelo, de sus manías, esas que llegaron a ser mías con el tiempo. Me enamoré de su versión de Madrid en el coche, y de los viajes en el sofá de casa, dándole la vuelta a mi mundo en una noche y sesenta y nueve caricias. Me enamoré de su risa desmedida con cualquiera de sus chistes malos, de sus bragas y mi camisa.

Me metiste planes improvisados e ideas locas en la cabeza, y menos mal. Me cogiste la cara y me dijiste “ahora empieza lo mejor” y “que no se te olvide nada”. Y yo tan enganchado a nuestras cosas, al no saber despedirnos, al querernos siempre cerca. Soy feliz ahora que sé que vas a hacerme pasar todas las noches del verano despierto, que me da igual a donde vayamos pero que voy contigo y ese es el mejor viaje. Siempre voy directo a los desastres, y estoy cansado para pensar en otras cosas que no seas tú. Así que vamos a acabar Julio de una vez, pero no vamos a ponernos nada serios, vamos a empezar un verano de no parar de reír, de no parar de follar, de más noches que días. Vamos a por un verano en el que no nos vamos a faltar, y es que tú nunca me fallas y es lo único que me importa.

Sí, contigo siempre tengo ganas. Tengo ganas de quitarnos los miedos con hechos, de quedarme siempre con lo que me hace feliz, de no mirar más atrás. Así que ya sabes, solo hay dos opciones para el verano: 
o vienes conmigo, o voy a por ti.

                                                            (Foto: Suena Madrid en el coche. Noche de verano.)

                                                                    /Álvaro