Casa, ahora vivo aquí.

Diciembre llega con las ganas de intentar cualquier método para no morir, para no fallar otros 365 propósitos, pero siempre me gustará ese, el que usa la gente valiente, el que aunque duela, sana. El que muchos se atreven a llamar amor, aunque en realidad es dejar de pensar de más y vivir. Podemos inventar cualquier forma para decir la verdad, siempre seré de los que te miran a los ojos, te cogen de la mano, y cuando estás a punto de romperte te abrazan con los ojos cerrados. Esa, es la única verdad que quiero saber.

Podríamos creernos invencibles, ajenos al frío, a la poesía, duros, a no esperar nada de nadie, impermeables a cualquier emoción. Pero seguiré eligiendo a los que tienen miedo, a los que lloran sin timideces, a los que aprendieron que estar rotos también es una forma muy clara de vivir, a los que se dejaron en algún pecho ajeno todo lo que tenían. Hasta quemar el último intento, la última bala del cargador. Y los seguiré eligiendo porque bien adentro, yo soy así. Y me gusta.

Diciembre y sus noches para irse lejos, otras para acercarse. Me gustan especialmente las que independientemente de dónde estemos, nos permiten sentir(nos). Me gusta la noche que te muestra lo inmenso que es cualquier detalle. Un silencio, una canción, un café, la curva que dibuja tu sonrisa. Especialmente esta última siempre tiene algo, y no porque uno la haya provocado, no porque sea eterna, no porque sea para uno. Se disfruta porque es una sonrisa, y eso ya es decir bastante en un mundo como el nuestro.

Hay noches, en las que encontramos esa sonrisa muy cerca. Y una noche, te das cuenta que ese lugar, donde te sonríen así, ese y no otro, es el lugar correcto. Te hace sentir en casa.

Básicamente, la sonrisa es un silencio afinado.
Una canción en la que entiendes la letra.
Un café a tiempo.



Y ella, sonríe. Y es la mejor canción, el café que te deja sin dormir, un silencio cómodo, es todo. 

Y te quedas.

/Álvaro